A fines de la década de los años 60, comienzan a conocerse las canciones de algunos jóvenes autores que a partir de la guitarra como instrumento acompañante, cantaban al amor, a la realidad que el país vivía entonces y a la vida en general. Ya en aquellas primeras melodías, en aquellas letras, que fueran intimistas o épicas, filosóficas o coloquiales, pero siempre de elevado lirismo, se hacía evidente que algo nuevo estaba ocurriendo en la música cubana y en especial en la canción.
Fue una época convulsa y de profundas transformaciones sociales que se producían en la Isla a partir del triunfo de la Revolución Cubana en 1959; una nueva vida se iba forjando para el cubano y todo ello debería influir decisivamente en la creación artística. La Nueva Trova fue un resultado de estas transformaciones, no sólo por su contenido, sino también por su propuesta estética e incluso por la posición que los artistas asumieron ante la sociedad.
Ya por la segunda mitad de los años 60, algunos de los géneros de la música popular bailable, que desde los años 20 hasta entonces, habían logrado un gran esplendor, comienzan un período de declinación. Gran parte de la juventud mostraba su preferencia por el fenómeno rock y comenzaba a ver como pasados de moda a los cantantes y orquestas de son o de cha cha chá.
En la cancionística sucedía otro tanto. El bolero también decayó e incluso muchos de sus intérpretes comenzaron a cantar canciones “internacionales” en aras de una modernidad muy cuestionable. Estas canciones, que nos llegaban en grandes cantidades, eran casi siempre “construidas” a partir de patrones musicales sencillos –para ‘pegar’ en el oyente- y de letras realmente malas. Muchos autores cubanos comenzaron también a componer siguiendo estos patrones y los medios de comunicación se hacían eco, promoviéndolos ampliamente.
Las primeras canciones de la Nueva Trova, ya significaron un rompimiento total. Desde ‘Mis 22 años’, de Pablo Milanés hasta las primeras de Silvio Rodríguez, había ya elementos distintos y una intención bien diferenciada de los autores, que llevaban a la canción a un nivel artístico muy superior al que presentaba la cancionística –sobre todo foránea- que entonces dominaba en el país.
Valdría aclarar que nos estamos refiriendo, particularmente, a lo que sucedía entre los más jóvenes autores y músicos cubanos, pues por ejemplo, los representantes del movimiento del ‘filin’, continuaron su excelente producción de canciones, paralelamente a todo lo demás, pero no eran, entonces, la moda dominante para la juventud cubana.
La Nueva Trova parte de un instrumento fundamental para la música en Cuba: la guitarra y constituyó un movimiento cuyo protagonista principal fue el cantautor. La guitarra, la poesía presente en los textos, el rechazo a todo facilismo creativo o a fórmulas ‘comerciales’, así como el canto a la Patria, son elementos que unen a la Nueva Trova al fenómeno trovadoresco cubano, cuya primera etapa histórica se inició a fines del siglo XIX, continuando en los años 40 con el movimiento del ‘filin’.
Junto a Silvio y a Pablo –sin dudas los más reconocidos- fueron también iniciadores Noel Nicola, Vicente Feliú y Augusto Blanca, quien por Santiago de Cuba comenzaba este mismo camino. Desde los primeros años, aquellos jóvenes se identifican con la obra de Sindo Garay, Manuel Corona y otros grandes de la Trova Tradicional, y desde la guitarra y el canto, se reconocen como trovadores. Otras referencias musicales influirían en la obra inicial de la Nueva Trova. El son cubano, el ‘filin’, e incluso la obra de Bob Dylan o de Los Beatles, marcaron la formación musical de los nuevos trovadores y de algún modo, son elementos presentes en sus canciones.
Al principio, a estos trovadores, y a otros que fueron sumándose a esta corriente estética, les resultaba difícil encontrar espacios para difundir su obra, tanto en escenarios oficiales como en los distintos medios de comunicación. La Casa de las Américas los acogió en su seno brindándoles la oportunidad de ofrecer conciertos, recitales conjuntos e incluso realizar, desde allí, programas de televisión. Más adelante Silvio, Pablo y Noel fundarían, junto a destacados músicos jóvenes, y bajo la dirección del Maestro Leo Brouwer, el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC. Con el GES ICAIC, se harían los primeros arreglos instrumentales y se grabarían los primeros discos de la Nueva Trova.
En el año 1972 existía ya un grupo de autores e intérpretes en varias provincias del país que comenzaban su trabajo artístico a partir de esta nueva propuesta estética. A fines de ese año, se crea el Movimiento de la Nueva Trova, que fue una organización dirigida por los propios trovadores y que resultó importante –entre otras cosas- porque hizo posible facilitar la difusión de muchos jóvenes artistas. Además, propició un intercambio entre los trovadores de distintas provincias con la realización de numerosos eventos nacionales, en los que además de conciertos y descargas, se discutían temas de interés común acerca de la creación artística.
Alrededor de la fecha anteriormente señalada, -algunos desde años antes, otros algo después- nombres como los de Mikel Porcel, Sara González, Pedro Luis Ferrer, Amaury Pérez, Miriam Ramos, Virulo, Lázaro García y Ángel Quintero, entre otros, se destacaron como autores y/o como intérpretes de canciones de la Nueva Trova.
Durante toda la década de los años 70, la Nueva Trova, como hecho artístico, se desarrolló ampliamente por todo el país; el Movimiento llegó a tener más de 1000 miembros, que aunque si bien es cierto que con muy distintos niveles en sus cualidades artísticas, constituyó un hecho masivo que confirmaba cada vez más la aceptación de una estética nueva entre los jóvenes creadores.
La obra de estos trovadores estaba profundamente vinculada a la realidad social y política del país. No sólo por las canciones dedicadas a los más relevantes héroes de la historia, o por resaltar la solidaridad entre los hombres como un valor humano fundamental para la sociedad, o por cantar, en general, a la Patria, como también lo hicieron los viejos trovadores. Se trataba además de hacer llegar a la gente un lenguaje más profundo, con valores formales, musicales y literarios, que prácticamente habían desaparecido en la tan difundida y llamada ‘canción ligera’ de la época.
En las canciones de la Nueva Trova, además de la canción propiamente dicha, como género musical –asumiendo riesgosamente que lo sea- como pudieran ser ‘Unicornio’ o ‘El breve espacio en que no estás’ (por citar dos temas clásicos), han sido utilizados los más variados ritmos cubanos, como el son primordialmente, la guajira, la guaracha, incluyendo al guaguancó y a otros más. Existen incluso, desde los inicios, una buena cantidad de piezas elaboradas a partir del rock y del pop, así como temas compuestos utilizando ritmos latinoamericanos, como el huayno andino, el samba brasilero, la zamba argentina, o el joropo venezolano, entre otros.
Durante las décadas de los años 70 y 80, nuevos trovadores, aún más jóvenes, se incorporan al quehacer de la Nueva Trova, no sólo como una continuidad, sino además, dan su aporte juvenil, enriqueciendo el fenómeno trovadoresco a partir incluso de algún que otro rompimiento formal en sus propuestas. Como parte de lo que podría ser una nueva generación, se han destacado entre otros: Santiago Feliú, Donato Poveda, Alberto Tosca, Martha Campos, Gerardo Alfonso y Carlos Varela.
Con el transcurso de los años, aun más jóvenes creadores, guitarra en mano, han continuado cada vez con una personalidad más propia, esa propuesta estética que hace más de 30 años se llamó y continúa reconociéndose como Nueva Trova. Desde los años 80 se viene hablando de una “novísima trova” pero aun después han surgido otras ‘oleadas’ generacionales, por lo que toda nueva clasificación genérica es apresurada y riesgosa. Lo cierto es que se mantienen la guitarra, la poesía, el cantautor y el deseo de hacer una música distinta a la que se rige por los patrones convencionales, y sin concesiones conscientes al estándar impuesto por los mercados de la música.
Adolfo Costales