Cuando pensamos en la expresión ‘música tradicional cubana’, inmediatamente nos remontamos al sonido, o más bien a los sonidos y estilos de la música popular que se escuchaban en Cuba por las primeras décadas del siglo XX.
La música popular en Cuba presenta características muy particulares que la distinguen, en referencia a su gran diversidad rítmica y riqueza sonora, del resto de los países latinoamericanos. Estas características tienen que ver con el mismo proceso de formación de esta música, que se inicia cuando comienzan a mezclarse los elementos musicales provenientes de Europa –de España básicamente- con otros procedentes de distintas culturas africanas que convergieron en la Isla.
En nuestro país no sucedió como en México o en otras regiones de Latinoamérica, que hoy conservan manifestaciones musicales heredadas de sus culturas aborígenes y que aún se manifiestan en las músicas de estos países. Civilizaciones americanas como la azteca, la maya o la inca, eran ya suficientemente sólidas a la llegada de los europeos a nuestro continente, por lo que a pesar de las consecuencias de las guerras de conquista y del posterior y devastador proceso de colonización, importantes elementos de estas culturas lograron sobrevivir y llegar hasta nuestros días.
Sin embargo, casi la totalidad de las manifestaciones culturales de los habitantes de nuestra isla, muy inferiores en su desarrollo a las mencionadas anteriormente, fueron totalmente destruidas durante la colonización. Nunca se supo cómo era la música de nuestros taínos o siboneyes. Sólo se conoce, por referencias escritas, de algunos instrumentos musicales, pero nada del sonido, ritmos, cantos, etc.
Lo que hoy consideramos como música cubana, tiene su génesis a partir de dos fuentes musicales esenciales: una europea y otra africana. Durante siglos, y a partir de que miles de africanos -en condición de esclavos- comenzaran a llegar a Cuba, estas dos músicas, tan distintas, comienzan a interrelacionarse, a fundirse en un largo proceso de transculturación, que culminaría con la aparición de una nueva música, ni europea ni africana, sino ya netamente cubana.
Durante el siglo XVIII se produjo un importante aumento de la trata esclavista, incrementándose la presencia del negro en la isla y como consecuencia aumentaban también en todo el país sus instrumentos musicales, ritmos, cantos y bailes, que junto a hombres y mujeres, fueron importados desde el lejano continente. Los africanos se agruparon en los llamados cabildos, que eran asociaciones que integraban habitantes de una misma nación o región. En estos cabildos se reunían y celebraban fiestas y ritos, pudiendo así mantener vivos muchos de los elementos de sus culturas de origen; uno de ellos, su música.
Pero aquellos esclavos no se limitaron a practicar el toque del tambor o a cantar sus melodías rituales, sino que se integraron paulatinamente a la vida musical del país y muy pronto aprendieron a tocar instrumentos como la guitarra, la bandurria, el arpa, el violín, el clarinete y todos aquellos de procedencia europea. Así, esta música blanca comenzó a “teñirse” con nuevas figuraciones rítmicas e incorporó además instrumentos de percusión –que aunque no fueran exactamente iguales- procedían de la música que desde Africa, había llegado a Cuba. La marímbula, por ejemplo, es un instrumento africano que se incorporó, haciendo funciones de bajo, en los conjuntos de son, a principios del siglo XX.
En el siglo XIX y particularmente en su segunda mitad, se reúnen todos los elementos necesarios que permiten la conformación de una nacionalidad cubana, que tuvo su más alta expresión en los sentimientos patrióticos de la población criolla que dieron lugar a las guerras independentistas de entonces. Ya en ese momento, este proceso de transformaciones y fusiones de una y otra música –aunque no había concluido- comenzaba a dar sus frutos. Un ejemplo definitorio es la contradanza cubana, que surgió partiendo de la contradanza francesa, pero que tuvo características musicales bien diferentes, absolutamente cubanas. Al compositor Manuel Saumell, quien es considerado el padre de nuestra contradanza, se le considera también como el iniciador del nacionalismo de la música en Cuba.
Desde la época de las contradanzas de Saumell y de la aparición de la canción ‘La Bayamesa’ de Céspedes, Fornaris y Castillo, a mediados del XIX, y hasta nuestros días, se han sucedido a lo largo de la historia, ritmos y géneros musicales de gran arraigo popular y acogida internacional. De ésto dan fe, entre otros, el cha cha chá, el son, el mambo, el bolero, el danzón y las hermosas páginas que la trova cubana ha aportado a nuestra cancionística.
La música popular cubana es una rica combinación de ritmos, formas y sonoridades que han ido surgiendo a lo largo de muchos años y que pertenece al patrimonio de un pueblo de extraordinaria musicalidad y talento creador. Pocos son los países que pueden mostrar al mundo tanta riqueza musical; de ello nos enorgullecemos los cubanos.
Adolfo Costales Vega