En una breve entrevista aparecida en la revista Tropicana Internacional (Nº 5,1997), el popularísimo cantante puertorriqueño Andy Montañez, manifestaba que la salsa no es un ritmo sino una mezcla, “...un híbrido nacido del guaguancó, la rumba, el son montuno, la plena, la bomba y hasta el merengue...”. Y a continuación añadía: “Yo siempre he creído que la raíz de este tipo de música está aquí en Cuba.”
Esta afirmación encierra la idea que pretendemos ratificar, ya que no para todos resulta un concepto claro: la salsa no es un ritmo en sí mismo, sino un nombre que agrupa a distintos géneros musicales, reunidos bajo una etiqueta comercial que lanzó con éxito un producto al mercado.
No obstante, es innegable la importancia de la salsa en la difusión internacional de la música bailable de varios países caribeños. Como incuestionable es que ha tenido un desarrollo propio y que ha influido en el trabajo de los músicos que en países como Cuba, Puerto Rico, República Dominicana, Panamá, Venezuela y otros, trabajan a partir de los ritmos latinos bailables. Ha existido pues una suerte de retroalimentación, que han aprovechado nuestros creadores y arreglistas para dar a la luz sus propias interpretaciones de una música bailable contemporánea y novedosa.
En Cuba, por ejemplo, esta retroalimentación, unida al propio desarrollo interno de nuestra música y al talento de jóvenes creadores, dio origen a lo que en principio se llamó ‘salsa cubana’ y posteriormente ‘timba’, con un sonido y estilo ya bien diferenciado de la salsa newyorkina o puertorriqueña, pero indiscutiblemente, sobre todo en sus inicios, influenciada por el fenómeno salsero.
La salsa se gesta en la ciudad de New York durante la década de los años 60. Pero desde mucho antes, en esta cosmopolita ciudad, se conocieron los ritmos cubanos y el trabajo de nuestros músicos, los cuales, desde los inicios del siglo XX, realizaban allí algunas de sus presentaciones. El trío Matamoros, por ejemplo, obtuvo éxitos que incluso le permitieron grabar allá algunos discos; el son cubano, la guaracha y otros ritmos, estaban así ya presentes en la gran ciudad.
En los primeros años de la década del 30 llega a New York el músico cubano Don Aspiazu con su orquesta, en la que participaba además Mario Bauzá y cuyo cantante fue Antonio Machín. Con ellos se extiende la popularidad del son, que ya no perdería más su presencia Los ritmos cubanos ganan terreno día a día y muchos músicos latinos residentes en el lugar los conocen y los incorporan a su trabajo. Incluso años después, con la creación de los Afro Cubans, por el cantante cubano ‘Machito’ y bajo la dirección musical de Mario Bauzá, se sientan las bases del llamado latin jazz con la incorporación de nuestros ritmos a esta importante manifestación.
Todo un ambiente musical latino, y cubano en particular, existía ya en New York al iniciarse los años 60. Había, además, una buena cantidad de músicos cubanos y puertorriqueños, entre otros latinoamericanos, que residían en la gran urbe y que luchaban por abrirse paso. Existía pues toda una diversidad de ritmos y de músicos, una verdadera salsa con múltiples condimentos que sólo necesitaba ser promovida y lanzada al mercado. En esta salsa los ingredientes cubanos –con el son en primer plano- pusieron el sabor predominante.
Pero las referencias musicales que influenciaron y hasta definieron el trabajo de los primeros salseros, no estaban sólo en lo que sucedía entonces en aquella ciudad, sino en lo que había sucedido ya en Cuba durante varias décadas. Desde que los conjuntos irrumpen en la escena musical cubana, se crean las condiciones para el sonido de la actual salsa, en la que la sonoridad de una cuerda de viento-metales es predominante. Partiendo de los septetos soneros, los conjuntos incorporan varias trompetas, en busca de mayor fortaleza y aparecen los montunos o mambos en los metales y se amplía la percusión con la inclusión de la tumbadora. El nombre de Arsenio Rodríguez (el Cieguito Maravilloso) es reconocido por todos como una fuente imprescindible y aun como un precursor de la salsa.
Otro nombre ineludible es el de Benny Moré (el Bárbaro del Ritmo) que con su orquesta jazz band dio al son una sonoridad y un sabor que nadie antes –y pocos después- había logrado.
Para conocer un poco acerca del trabajo actual de las orquestas cubanas de música bailable que pudieran insertarse dentro de la etiqueta salsa cubana o timba, hay que conocer sus fuentes más cercanas y reconocer distintos estilos.
En primer lugar hay que mencionar, como fuente del estilo que más ha proliferado hoy entre los jóvenes músicos, el trabajo del grupo Irakere. Fundado en 1973, y con el maestro Chucho Valdés al frente, Irakere reunió a muchos de los mejores instrumentistas de entonces. Con una poderosa cuerda de metales, la inclusión de una guitarra eléctrica, el uso de la batería (drums) y de los tambores batá, no sólo interpretaron acabadas y difíciles piezas jazzísticas, o rockeras, sino que abordaron los ritmos bailables con un estilo y una fuerza como nunca antes se había logrado. A ello se suma también el virtuosismo de sus músicos, que junto al talento de Chucho Valdés, permitió fraseos de los metales verdaderamente prodigiosos.
A partir de Irakere se funda una nueva orquesta: N G la Banda, dirigida por José Luis Cortés, ex flautista y saxofonista de Irakere. Es esta agrupación la que realmente inicia el movimiento que posteriormente se nombraría como timba y que, como regla, utiliza formatos orquestales con 4 y a veces 5 vientos (entre trompetas y saxos y/o trombones). También con una excelente nómina de músicos, N G logra una fortaleza impresionante en sus ejecuciones con virtuosos pasajes en los metales y fue patrón para muchas otras agrupaciones y orquestas de un estilo fuerte, agresivo, virtuoso y con no pocos elementos del jazz latino. Siguiendo este camino, muy populares han sido también Paulito F.G., la Charanga Habanera, Issac Delgado (con características más personales) y Bamboleo. Estos, entre otros muchos, pues realmente una gran cantidad de orquestas con características similares coparon la radio y la televisión e inundaron los escenarios habaneros y de otras ciudades durante los años 90.
Aunque enmarcado globalmente en el fenómeno timba, otro modo de hacer, bien diferenciado por su sonido y por otros elementos estilísticos y conceptuales, es el de la orquesta Los Van Van. Desde sus inicios en 1969, con un formato de charanga, su director Juan Formell experimentó nuevos timbres: empleó la guitarra eléctrica y dúos de flautas, creó el ritmo songo, variante sonera que caló rápidamente en los bailadores y más adelante, añadió a este formato una cuerda de 3 trombones, que además de ampliar la sonoridad de la orquesta, lo situaba en mejores condiciones de entrar en el mercado, dominado entonces totalmente por las orquestas extranjeras de salsa. Formell, junto a Los Van Van, ha logrado un hecho único: permanecer por más de 30 años en la preferencia del público cubano.
Un tercer estilo, también diferenciado de los iniciados por N G la Banda o por Los Van Van, es el que actualmente desarrolla el músico Adalberto Álvarez. Desde que en 1978 fundó en Santiago de Cuba la orquesta Son 14, Adalberto -al igual que Formell talentoso compositor- ha estado siempre presente en el mundo de la música, los discos y el espectáculo. Desde su pieza ‘A Bayamo en coche’ hasta ‘El toca toca’ y en muchas otras anteriores y posteriores, el ‘Caballero del Son’ ha mantenido y desarrollado un trabajo de profunda raíz sonera. En su orquesta, el espíritu de los conjuntos de sones está bien presente; en este caso con 2 trompetas y 2 trombones, que le dan más profundidad y fortaleza a esta cuerda. Consecuentemente con esto, el legado de Arsenio Rodríguez se palpa en la obra de este gran músico cubano que ha mantenido –con mucho éxito- su personalidad y estilo frente a la corriente mayoritaria y más de moda que impuso la timba más dura en los últimos años.
Adolfo Costales Vega